lunes, 14 de junio de 2010

Siga la historia entrega N° 7: Estoy de buen ánimo y quiero asesinar

Al cabo de media hora vi que se paraba de la mesa y se dirigía, sonriente, hacia la puerta. Hice el gesto de llevar la mano hasta la billetera. Pensaba dejar cualquier billete sobre la mesa y salir del lugar antes de que se me perdiera de vista. Pero, en cambio, me quedé ahí sentado, viendo cómo se alejaba. Sabría dónde encontrarle más tarde. Iría a buscarle cuando yo quisiera. No me hacía falta andar como un perro callejero a sus espaldas. Cuando cayera la noche nos encontraríamos. No me preocupaba dejarle ir.

Sin embargo, pedí la cuenta. Suficiente Twitterland y Facebook, pensé. Eran otras la diversiones que me hacían falta en ese momento. Paré un bus y me subí. Cuando el desdichado busetero había recorrido unas 30 o 40 cuadras, no sé, me bajé. Caminé un poco y encontré justo lo que necesitaba: “Chicas calientes”. Un letrero en la entrada decía: Empezando desde las 7:00 p.m., HOTShow de Jeniffer, “la enfermera” y Sandylu, “la oficial de turno”. 6:10 p.m. marcaba mi reloj. Así que tenía tiempo para regalarme los servicios de quién sabe qué Cindy o qué Yasury. Para mi desgracia, todas esas perras estaban ocupadas, entregadas a su trabajo con algún cliente, quién sabe qué vejete gordo y fláccido, de aliento mortuorio. Putas, sólo ellas eran capaces de medírsele a una tarea como esa, pensé.

Bien, lo cierto es que me asqueó la suciedad. Las ganas de vomitar no eran normales. Tuve que salir corriendo de allí. Sería en otra ocasión. Me alejé un par de cuadras desde donde escuchaba todavía la música deplorable de aquel lugar:

♫ Los Benjamins Presentan / Daddy / The Big Boss / ¿Quién es?/ El que te pone a vibrar / ¿Quién es? / El que te pone a pensar / ¿Quién es? / Al que tú quieres besar / ¿Quién es? / You Wanna' Know Me? / Daddy / Ma' / Ya tú vez / Todo terminó / Fue una estupidez / Nuestra relación / Yo ya te olvidé /No me llames no ♫

¿Y ahora qué? Un trago, necesitaba un trago y un cigarro. Aparecía el salpullido. Primero en las manos, luego en los brazos. Cuello, cara, pecho. Sentía que ardía. Todo el cuerpo. Y las manchas rojas. Comezón. Hubiese querido rebanarme la piel. ¡Ah, maldita sea! Un trago, definitivamente lo necesitaba. Empecé a caminar rápido. ¡HP, un bar, dónde carajos había un bar!

Entré al primero que me crucé. Un cuchitril de mediana categoría. Llegué hasta la barra y pedí uno doble. Metí un trago largo. Empezaba a relajarme. Pedí otro y otro. Ya no sentía la picazón. El salpullido desaparecería en menos de media hora. No era la primera vez que me pasaba. Todavía de pie en la barra, con tres tragos encima, de buen ánimo y con ganas de asesinar, sentí que había llegado la hora. Le buscaría.

jueves, 10 de junio de 2010

Siga la historia entrega N° 6: Estoy de buen ánimo y quiero asesinar

Le seguí unas 20 cuadras con cautela, escuchando todavía a Chichi que de Amor narcótico ya había pasado a la Ciguapa Linda. Dobló en una esquina y entró a un restaurante. Entonces, decidí instalarme en un café desde el cual podía vigilarle a la perfección. Encontré un lugar cómodo y ahí me parché, con la serenidad de quien sabe que tiene cada detalle bajo control. Con la certitud de que pronto llegaría la hora. Pedí al camarero ―que esta vez tenía una cara menos estúpida que la del bobazo de esta mañana ― un café fuerte y un brownie de chocolate doble.

En la mesa de al lado hablaban de Santos, como futuro presidente de la nación, representante digno de la patria, decían los muy hijueputas. Para colmo de males, comentaban lo maravillosos que eran Juanes y Shakira, por la cara que muestran de nuestro país al mundo. Hablaban de nuestra pasión, “es que somos pasión”, exclamaban los muy cabrones y, con gesto de miseria en el rostro, decían: “¡PE-RO lástima que la gente no se dé cuenta de todo lo bello que es este país: la seguridad democrática, el progreso económico, la flora, la fauna, la diversidad, las Fuerzas Armadas que trabajan para protegernos. Lambones de mierda, pensé.

“ No entiendo por qué la gente se queja tanto de las chuzadas del DAS, pues si no tienen nada que esconder no debería importarles”, casi que gritaba uno de esos idiotas. Yo estaba a punto de pararme y escupirles en la cara a todos, uno por uno. También quise tuitear ese momento tan miedoso, pero me contuve. País de brutos e ignorantes, pensé. “Entre Santos, Juanes y Shakira estamos jodidos”: supongo que algo así le hubiera comunicado al mundo en un tweet, a mi comunidad tuitera, a tweeterland, come le llaman ahora.

Pero, como les venía diciendo, me contuve. De ningún modo 140 caracteres hubiesen sido suficientes para expresar tanto asco. Así que, en cambio, me puse a mirar mi timeline. Ahí estaban Jobmontesinos, Mypresident, AIngresoseguro, Siempreconusted, DanielsamperO, diarionocturno, Vladdo... Los mismos que seguimos todos, haciendo sus buenos y malos chistes: picantes e inteligentes, algunos; flojos, fachos y llenos de lugares comunes, otros. Quejándose con tan pocas palabras de este país de mierda o bien defendiéndolo a capa y espada. Confieso que no pude evitar sonreír con más de un tweet: "A mí me gustaría que el doctor Santos nos cuente más sobre su programa de viejitos en acción”, de DanielsamperO; “Viejitos en acción me hace temer por mis abuelos, ahora tendrán que prestar el servicio militar” de diarionocturno; “No importa cómo, JMS se compromete a lograr sus metas... No importa cómo…” de Vladdo; “En mi casa editorial nadie me interrumpe. Aquí mando yo!!! #Juanma_rules” de Falsopositivo; “Empieza mi programa favorito: Alocución presidencial #freePlazasVega” de AIngresoseguro.

Mientras terminaba de regocijarme con mi timeline, anoté en mi cuadernillo: “4:55 p.m. S.N. (Sin novedades)”. Parecía que la espera iba a ser larga. Así que abrí Facebook, ese mundo tropipoperovirtual del demonio Paulino como, seguro, hubiera dicho mi abuela.

Siga la historia entrega N° 5: Estoy de buen ánimo y quiero asesinar

Contenía la respiración. No quería moverme ni un milímetro. Sentía todo el cuerpo erizado: una suerte de electricidad que subía y bajaba por el tejido muscular, se descargaba y volvía a cargarse en las extremidades.

Así estaba cuando un condenado chandoso se me acercó a olisquearme. No podía moverme, no quería hablar tampoco. No sabía cómo alejarlo y el muy maldito seguía oliéndome desde la pantorrilla hasta el zapato. Hizo un leve gesto de “alzada” de pata y yo, al borde del infarto. “Chanda horrorosa, si hubiese sido otra mi situación, juro que no queda viva”, pensaba. El caso es que bajó la pata tan rápido como la subió y en lugar de miárseme encima decidió coger mi pierna de hembra chandosa. Y el hijueputica dele que dele y yo sin poder patearlo. No quería que me delatara. La pasó bueno el miserable restregándose contra mí. Mientras tanto yo ahí parado como un idiota, viendo que se alejaba del edificio.

Una vez el chandoso terminara empezaría mi persecución, pensé. Entonces, cuando la chanda esa ya estaba satisfecha y se había alejado, y el ritmo de mi respiración retornaba a la normalidad, metí la mano al bolso para sacar un espejito que siempre cargaba. Para mi desgracia noté que había perdido a Leila, es decir, mi edición de Frutos extraños. Pensaba que lo había guardado cuando me paré, pero era un hecho que faltaba. Miré hacia la banca para ver si de pronto estaba allí, pero nada. Alguien seguro se lo había llevado. Qué pérdida de seguridad ontológica tan infinita. Mi Leila en las manos de quién sabe qué canalla. Vendido por quién sabe qué miseria.

Lo que eran a Pessoa y a Carver los tenía conmigo, esperándome para seguir su lectura. Aunque tendría que ser después, pensé. Necesitaba hacer algo más importante: le perseguiría. Le observaría finamente, captaría cada uno de sus gestos, sacaría mi cuadernillo y escribiría todos los detalles. Así que me fui a hit the road en la misma dirección que tomó cuando salió del edificio.

Le puse play al ipod y, ajá, la alegría fue total: ♫ Procura coquetearme más y no reparo de lo que te haré ♫ El viejo Chichi ambientaría esta persecución. Nada mal, nada mal. Moderé el paso, de modo que le veía sin que existiese la posibilidad de que notara mi presencia. Por su lado, Chichi seguía firme. Terminó de cantarme Procura y pasó a Amor narcótico: "Tu amor es algo tímido, reñido es algo, lalalala". Empezaba a volver la seguridad ontológica a mí; tan necesaria en estos tiempos.

Siga la historia entrega N° 4: Estoy de buen ánimo y quiero asesinar

Empecé a caminar y sentí un olor fuerte a frijoles. Bajé la mirada y me vi una mancha café en la camiseta. Gonorrea vida. No puedo andar con la camiseta sucia. ¿Irme para el apartamento a cambiar o qué hacer?, me pregunté. Tocaba entrar a comprar una nueva. Yo no pensaba andar por la vida con la ropa sucia y menos oliendo a frijol. Todo bien: la cosa era que, ¿dónde en ese barrio de mierda iba a encontrar una tienda decente? Mi suerte no podía ser más paila, aunque lo cierto es que debía lucir impecable para lo que me proponía. En todo caso, estaba de bueno ánimo y quería asesinar. "Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el quinientos seis y en el dos mil también, pero a mí me importa un carajo, seré un cretino canalla y qué", me fui tarareando en busca de la dichosa tienda". Tenía ganas de sentirme bonito: un coquetón sexy.

Con mi camiseta lila y oliendo a nuevo decidí que me parquearía enfrente de su edificio. Todavía no tenía un plan concreto, sólo pensaba sentarme en una banca y esperar, quizás leer un poco. Quería estar cerca, eso era todo por el momento. Así que tomé un bus para llegar rápido. Me pille una banca solitaria y ahí me instalé. Saqué mi ipod y los tres libros que llevaba conmigo. Suelo leer varios a la vez.

El aparatejo decidió ponerme a escuchar Single ladies, pero la versión de pomplamoose. La dejé, me sentía contento, iba con el mood del momento. Empecé a hojear mis libros, no sabía cuál escoger y como no pude definirlo, decidí que leería en voz alta un pedazo de cada uno, intercalándolos. Qué me importaba si creían que estaba loco. Leería con entonación y buena voz. Justo en ese momento y de manera bastante sensata, mi ipod captó lo que me disponía a hacer y me mandó una de Satie; no podía ser más parfait, parfait.

Tomé el primer libro y empecé:
“Mi marido come con buen apetito. Pero no creo que tenga hambre realmente. Mastica, con los brazos sobre la mesa, y fija la mirada en algo que está al otro lado de la cocina. Luego me mira a mí y desvía la vista. Se limpia la boca con la servilleta. Se encoge de hombros y sigue comiendo.
-¿Por qué me miras? –pregunta- ¿por qué? –repite, y deja el tenedor sobre la mesa.
-¿Te estaba mirando? – replico, y meneo la cabeza.
Suena el teléfono.

Pasé al segundo:
“Al acto de cortar y separar del cuerpo humano un miembro o una porción del mismo se lo conoce como acto de amputar, y sólo se realiza en caso extremos, cuando la vida del paciente corre peligro. Las lesiones producidas por aplastamiento, sin embargo, generan traumatismos tan graves que la amputación resulta inevitable, ya que el tejido necrosado penetra en el torrente sanguíneo, deviene altamente tóxico y, si no se actúa con rapidez, el sujeto puede morir como consecuencia de una falla renal”.

Continué con el tercero:
“Una de las pocas diversiones intelectuales que aún le queda a la humanidad es la lectura de novelas policíacas. Entre el número áureo y reducido de las horas felices que la vida me deja que pase, cuento como entre lo mejor del año aquéllas en las que la lectura de Conan Doyle o de Arthur Morrison me toma la conciencia en brazos. Un volumen de uno de estos autores, un cigarro de a 45 el paquete, la idea de una taza de café –trinidad cuyo ser uno es para mí la conjugación de la felicidad-, en esto se resume mi felicidad. Sería poco para muchos; la verdad es que no puede aspirar a mucho más una criatura con sentimientos intelectuales y estéticos en el ambiente europeo intelectual”.

Hum, otra de Satie: Gymnopédie 3, hermosa, sencillamente hermosa. Continué mi lectura. Todavía no tenía público. Uno que otro idiota que se me quedaba mirando, pero seguía derecho. Pensé en lo poco que apreciaban en esa ciudad, de cretinos, claramente, la lectura, la creación literaria, el arte, en fin.

Entonces retomé el primer libro:
“-No contestes –dice.
-Puede que sea tu madre.
-Cógelo y no digas nada.
Levanto el auricular y escucho. Mi marido deja de comer.
-¿Qué te dije? – exclama cuando cuelgo. Sigue comiendo. Luego tira la servilleta contra el plato. Protesta: - Maldita sea. ¿Por qué la gente no se ocupa de sus asuntos? ¡Dime lo que hice mal, te escucho! Yo no era el único que estaba allí. Lo hablamos y lo decidimos entre todos. No podíamos darnos la vuelta así por las buenas. Estábamos a ocho kilómetros del coche. No consiento que me juzgues. ¿Entiendes?”.

De nuevo el segundo:
“Pero, sean las amputaciones urgentes o programadas, lo más importantes es decidir la altura del corte; saber hasta dónde amputar. Para evitar que queden resquicios de tejido enfermo pero, sobre todo, para que el muñon sea funcional a la prótesis futura. Amputar es, sobre todo, fabricar un muñon: traer un muñon al mundo”.

El tercero:
“Quizás sea para ustedes causa de pasmo, no de que tenga yo a estos autores por predilectos y de cabecera, sino el que confiese yo que en esta cuenta personal los tengo”.

El segundo otra vez:
“La operación no es una operación compleja: se cortan primero la piel y los músculos, se ligan los vasos y los nervios por detrás del tajo para evitar la formación de un neuroma –un tumor nervioso que provoca dolores extremos- y, con una cierra oscilante, se secciona el hueso. Una vez separado el miembro del cuerpo, se liman las partes óseas y se las recubre con tejido blanco muscular para obtener un muñon acolchado. Lo que sigue –esculpir el muñon- es un trabajo quinésico que dura meses”.

Mierda, de un momento vi que salía del edificio. Debía esconderme. No podía dejar que me viera. Embutí todo en el bolso y me deslice con sigilo detrás de un árbol.

Siga la historia entrega N° 3: Estoy de buen ánimo y quiero asesinar

No sabía hacia dónde coger. Seguí caminando. Un poco más adelante iba una chica. Usaba jeans. Caminaba rápido. Tenía el pelo largo. La alcancé y pasé a su lado, rozando mi brazo contra el de ella fuertemente. Fue a propósito. Hubiera querido empujarla o hacerle zancadilla. Pero el grito que metió casi me deja sordo: “Fíjese por dónde camina”. Bahh, en el fondo fue decente. Si me lo hubieran hecho a mí, le habría zampado un puño al HP.

Giré en la esquina y seguí mi camino. En la acera de enfrente caminaba, siguiendo mi misma dirección y un poco más adelante, un señor entrado en años. De modo que le veía la espalda. Igual, supuse que tenía unos 57. Iba a buen paso. Regulé el mío para no sobrepasarle. Quise irme observándolo. Vestía un abrigo viejo, color kaki, y unos zapatos aún más viejos, que nunca supe si eran negros o azul oscuro.

Bien, la cosa es que no entendía qué hacía ese señor vestido de abrigo al mediodía, con el sol que hacía. Decidí seguirlo. El tipo me parecía muy raro, bastante excéntrico él. Y como hoy en día anda tanto loco suelto… era mejor ver qué se proponía. Caminó siempre al mismo paso. Ah bueno, después detallé que llevaba un periódico en la mano izquierda que movía de atrás para adelante, ni muy rápido ni muy ligero. Era un movimiento armonioso; es decir, le cuadraba con el “caminado”.

¿Y qué tal si paso rápido por su lado y le arrebato el periódico? ¿Será que el tipo me pega? ¿O será otro tarado más como todos los que me cruzo a diario?, imaginé. Quise coger una piedra y lanzársela a la cabeza. Sentí deseo de quitarle el abrigo y hacerle saber que existía ropa adecuada para días como esos. Aunque, mientras me fijaba si había una piedra por ahí, pensé que en lugar de quitarle sólo el abrigo, lo mejor era dejarlo desnudo, completamente en bola, si realmente quería que mi mensaje fuera contundente. No terminé encontrando ninguna piedra así que no pude golpearle.

El punto es que al rato el tipo comenzó a aburrirme. El mismo paso, la misma movidita de mano, la misma dirección. “Pues que se quede con su abrigo, su periódico y sus zapatos horrorosos. Yo no lo sigo más. Es un pendejo. No tiene historia. Un pobre loco. Un ignorante de la moda y del clima. El mundo se encargará de cobrárselas por mí. Sabe muy poco de la vida”, pensé
Bien, eran cerca de la una y tenía hambre.

Busqué un sitio para comer algo. Terminé entrando a un restaurante de comida típica: “Don Panzón”. “Hoy, bandeja paisa”, decía el letrero de la entrada. Pedí la dichosa bandeja paisa. La verdad tenía hambre. Devoré cada una de las cosas, de aspecto bastante sospechoso, que me sirvieron. Lo pasé todo con un jugo de lulo. Era uno de esos días en lo que tenía apetito de deportista o de caníbal enjaulado, lo mismo da.

Por lo general como moderado. Soy un tipo flaco. Pero cuando me da por comer lo hago sin reparos. Terminé. Pensé que no podía hacerle honor al nombre del restaurante, entonces me paré al baño y vomité. Suelo hacerlo de vez en cuando. Prefiero eso a estar gordo. Es sencillo.

Volví a la mesa y pedí un café que no me pensaba tomar. Sólo quería quedarme ahí parchado un poco más. Mientras comía noté que en la mesa diagonal a la mía había dos chicas que conversaban y comían, también bandeja paisa. Conversaban más que comían. Aguantaban. Tenían por dónde agarrar. Me quedé mirándolas largo rato. Sonaba un vallenato en el fondo. “U- un osito dormilón le regaléeee y un besito al despedirse ella me dio-oooo, ese fue el día en que yo más me enamoré-eeeeee, pero ahora mi alegría se acabooooo”. Sí, me la sabía. Volviendo a las chicas, parecían muy inocentonas. Pero aposté a que eran unas perras. Lo sabía, podía percibirlo en sus maneras, en sus gestos. En el coqueteo de sus labios, de sus piernas, que cruzaban de un lado al otro.

Miraban al camarero con lujuria. Sus ojos gritaban “quiero una noche de travesuras y picardías”. Esas son de las que están dispuestas a todo en la cama, me decía a mí mismo. Pervertidas: esconden su debilidad detrás de esa carita de morrongas. “Asquerosas perras”, quería gritarles. Pero al mundo le era indiferente que anduvieran sueltas, cazando a cuanto estúpido se les pasaba por el frente. Me paré de la mesa. Me aseguré de pasar por su lado, les sonreí levemente y salí del lugar.

Siga la historia entrega N° 2: Estoy de buen ánimo y quiero asesinar

Eran las 9:45 de la mañana. Me encontraba en un parque. Uno de eso que suele llenarse todas las mañanas de optimistas. Pensamiento positivo en pleno: caminan en círculo, mueven las manos, mueven también la cabeza, un poco para atrás y para adelante, o quizás de un lado al otro, no lo sé, y acompañan todo esto con paso ágil, repitiendo una y mil veces en sus cabezas: “no envejeceré, no envejeceré” o, peor aún, “bajaré esos kilos de más, “bajaré esos kilos de más”. Nada qué hacer, optimismo puro. Idiotas sonrientes.

Me resultaban detestables. Traté de ignorarlos y me senté en una banca. Prendí un cigarro y me tomé todo el tiempo que se me dio la gana para mirar el cielo. Despejado y sin novedades. Recordé a Frank: “Regrets I had a few, but then again to few to mention”. No muy lejos de donde estaba, hacia un costado del parque, llamó mi atención una mujer joven. La acompañaba una nenita. Vestían exactamente igual. La niña se subió al columpio mientras la mujer se atragantaba con un chocorramo. Qué manera de comer. Metió la mano al bolso y sacó dos manzanas, que terminó en par patadas. Si tira como come, pensé.

Pero , en fin. Me daban asco los parques y el aire a bienestar que en ellos se respiraba. Me aburrí, me paré y me fui, lejos de tanta maldad. Dicen que lo precario se termina pegando y yo prefería estar enterrado antes que parecerme a uno de los pobres desgraciados que visitaban estos lugares. La recarga de cafeína empezaba a hacerme falta. Entré a un café a eso de las 11:00 a.m. Ubiqué la esquina del lugar donde estaba más oscuro y me dirigí a la mesa. Un mesero torpe me entregó la carta. Sin mirarla, le pedí un café fuerte y un jugo de naranja, que no fuera de CA-JI-TA, le dije, abriendo mucho los ojos.

Saqué de mi bolso un libro. Y justo cuando iba a comenzar a leer, mis ojos tuvieron que notar un cuadro colgado en la pared del lado izquierdo. Volví a sentir ganas de vomitar. ¿A quién se le ocurre hacer un mamarracho semejante? Quería insultar al dueño del lugar por tener esa cosa exhibida, pero como no parecía estar por ahí, la cogí contra el camarero: “Mire, imbécil, ¿Usted cree que eso realmente es arte? No me mire así y respóndame, ¿Cree que eso es arte? El tipo me miraba aterrado y sólo atinó a dejar la taza y el vaso sobre la mesa. Me levanté y lo agarré por las solapas del delantal. Pedazo de basura, le estoy haciendo una pregunta y quiero una respuesta. El pobre pendejo se desmayó. Me tocó medio acomodarlo en una silla, coger mi bolso, mi libro y salir del lugar. Eso no era arte.

Caminé un par de cuadras hasta que encontré una bomba. Entré al market, compré una cerveza y volví a salir. Seguí caminando. Lo hacía rápido, no pensaba en nada, no miraba a nadie. Tarareaba Stairway to heaven. Le regalé la mitad de la cerveza a un mendigo que estaba echado en un costado del andén. Aunque después pensé en lo estúpido del gesto. No sé por qué lo hice: un impulso.

miércoles, 9 de junio de 2010

Siga la historia entrega N° 1: Estoy de buen ánimo y quiero asesinar

“Como decía, me llamo Antonio. Podrán preguntarse qué me mueve a escribir la historia de mi crimen (no sé si ya dije que voy a relatar mi crimen) y, sobre todo a buscar un editor. Conozco bastante bien el alma humana para prever que pensarán en la vanidad. Piensen lo que quieran: me importa un bledo; hace rato que me importan un bledo la opinión y la justicia de los hombres. Supongan, pues, que publico esta historia por vanidad. Al fin de cuentas estoy hecho de carne, huesos, pelo y uñas como cualquier otro hombre y me parecería muy injusto que exigiesen de mí, precisamente de mí, cualidades especiales; uno se cree a veces un superhombre, hasta que advierte que también es mezquino, sucio y pérfido”… (Tomado de El túnel, de Ernesto Sabato)

Me asfixio en este espacio tan pequeño. Me enerva el olor a moho y a humedad de los cuartos de pensión barata. Suena Your Mouth de Aviv y el odio crece. También el miedo, ese maldito miedo. Pero les venía diciendo que soy mezquino. Soy lo que la gente normalmente llama “un asesino”, un hombre despreciable y ruin. Pero bahh, ¿Creen que me importa? Un bledo, ya lo dije, pero lo digo de nuevo.

Comenté que iba a relatar mi crimen. El último de ellos porque ya no vale la pena hablar de los otros. Entonces, empiezo contando que el mío fue un crimen por venganza. Bueno por venganza y por amor. No pude perdonar el engaño, las mentiras, las llamaditas a último momento: excusas y más excusas. Hasta que reventé. Fue un 04 de enero, hace 8 meses.

Ese día me levanté temprano porque el sol calentaba y esas malditas sábanas, todas húmedas, se me pegaban al cuerpo. Me dio asco y salí de la cama directo a la ducha.
Me quité el bóxer y me planté debajo del agua helada. Un poco de jabón, algo de shampoo en la cabeza, para ese entonces todavía usaba Head and Shoulders. Un hombre no puede darse el lujo de ir con caspa. Otro poco de jabón. Y salí. Con la toalla en la cintura me fui para la cocina. Quería una taza de café, pero de las grandes. Cómo detesto esos pocillitos mediocres en los que suelen servir el café. Abrí la nevera para comer algo, pero no había nada, como de costumbre.

¿Mencioné que odio las compras? Las filas, los niños, la señora gritando, las bolsas para meter la verdura que se quedan pegadas. Y uno dele que dele con las manos tratando que la maldita bolsa abra y todo el mundo mirando. Y entonces te pasan por el lado como si les importara un bledo. O llega a ayudar el típico imbécil al que se le sale la madre Teresa y te hace sentir igual de imbécil a él. En fin. Odio ir a mercar. No terminé comiendo nada.

Me fui a vestir. Siempre escogía cuidadosamente lo que iba a ponerme. Recuerdo que no sabía si ese día quería verme más urban fit o más homme fatale. Me decidí por una camiseta blanca ajustada, unos jeans negros y unos zapatos guerreros: aspecto sucio, un poco deshilachos, viejos, cómodos, perfectos para lo que me esperaba.

Me encontraba en esas cuando entró su llamada. Me dijo que ese día no podríamos vernos, que estaría en una reunión hasta tarde. Le colgué haciéndome el pendejo, deseándole suerte en su día. Y nada más.